• 3 Mar 2022

    Los espacios modifican las conductas. Pasamos cada vez más tiempo en los interiores; inmersos en su impronta física.

    Vivimos una experiencia que se asimila de modo diferente de unos espacios a otros.

    Los seres humanos, en sus relaciones con el interiorismo experimentan  factores cognitivos y emocionales. Son relaciones funcionales y estructurales entre diversos módulos neuronales y las reacciones químicas, eléctricas y motoras observadas en diferentes partes del cuerpo.  Se estudia y mide la frecuencia cardiaca, el ritmo respiratorio, la dilatación de la pupila o el movimiento ocular; y ello vuelca unos datos y parámetros según percibimos  el estilo del espacio.

    Y todo conlleva a afirmar que el DISEÑO INTERIOR INFLUYE EN EL ESTADO DE ÁNIMO Y LA SALUD. Todo interviene de manera contundente. El interiorismo se convierte en una herramienta transformadora del comportamiento humano y SU BIENESTAR EMOCIONAL.

    No solo es la función y la forma; si no la positividad que emana un diseño, fundamentado, sobre la relación experiencial  hacia el  usuario.

    Pensamos y sentimos, respondemos a formas y colores integrándonos y vivenciándolos. Llegamos a ser más productivos en ambientes agradables, no es solo estética y buen gusto; si no los efectos de bienestar que se produce en las personas. Forma parte de la “invisibilidad” del proyecto.

     

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